Popularmente, la testosterona ha adquirido estatus de droga para aumentar la agresividad. De símbolo de la masculinidad. Incluso el lenguaje lo ha adoptado, refiriéndose a un comportamiento “testosterónico” cuando éste es particularmente violento, machorro o bruto. Sin embargo, lo que provoca agresividad no es la testosterona en sí sino la falta de ella. La testosterona, que se encuentra en mayor dosis en los hombres que las mujeres, aumenta la densidad ósea y desarrolla la masa muscular.
Y en todo caso, además, el exceso de testosterona solo consigue volver más amistosas a las personas.
Ernst Fehr, de la Universidad de Zúrich, llevó a cabo un experimento al respecto en el año 2009. Suministró píldoras de testosterona y píldoras placebo a 120 mujeres para, a continuación, someterlas a situaciones en interacción social. Dado que la testosterona tiene reputación de volvernos violentos,las mujeres que creyeron tomarla se comportaron con agresividad y egoísmo, aunque en realidad hubieran recibido un placebo. Las que realmente tomaron testosterona, sin embargo, se condujeron de una manera más justa, estableciendo mejores interacciones sociales.
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