Todas las mañanas Emma Orbach se levanta, tiende sobre su cama el edredón de lana que ella misma tejió, va a su huerto, recoge frutas y hortalizas y luego alimenta a sus tres cabras, siete gallinas y dos caballos. Dedica sus tardes a cortar leña, va a un manantial cercano a recolectar agua potable y limpia su modesta casa fabricada con barro y paja. En las noches se sienta alrededor de la fogata y se dedica a tocar su arpa celta.
Su rutina, aunque parece propia de uno de los personajes más pequeños del mundo mitológico creado por J.R.R. Tolkien, hace parte de una mujer de carne y hueso que vive en pleno siglo XXI en las montañas del oriente de Gales.
Lo más increíble es que se trata de la heredera de una familia millonaria que estudió mandarín en la prestigiosa Universidad de Oxford. Su papá es un reconocido violinista y su mamá una bibliotecaria.
Ella lo tenía todo para llevar una vida llena de lujos pero a los 26 años renunció a todo y se fue a vivir con una comunidad rural. Se casó con el historiador arquitectónico Julian Orbach y se mudó a las montañas de Newport, Inglaterra.
Así comenzó el camino que la ha llevado a una vida de total austeridad que a sus 58 años ya la hizo famosa y la ha dado a conocer como la mujer hobbit. Allí empezó una lucha legal contra el Estado para permanecer en esas tierras baldías pues no tenía título de propiedad sobre ellas.
Finalmente el gobierno accedió a reconocer su propiedad sobre el pedazo de tierra en donde hoy vive. Allí habita sola desde hace 13 años, luego de separarse, en la más completa austeridad.
Emma no tiene tecnología ni electricidad en su casa e incluso cuando sus hijos ocasionalmente la visitan, les prohíbe traer consigo dispositivos como teléfonos celulares o portátiles.
Esta ‘hobbti de la vida real’, como la bautizó el diario Daily Mail, bautizó su casa “Tir Ysbrydol” que significa “la tierra de los espíritus” pues siente que está más feliz que nunca y que se siente plena en contacto con la naturaleza, dedicada a las labores del campo y la música como sus ancestros medievales.
Su modo de vida incluso ha inspirado a extraños que la visitan y que a cambio de sus enseñanzas y de pasar una temporada a su lado le dan una pequeña donación de 63 euros al mes. Con este dinero Emma paga los impuestos municipales, su única conexión con la modernidad.
“No extraño nada en absoluto de lo que normalmente se llama realidad. La calidad de vida, en mi opinión, está disminuyendo, todo se está acelerando y haciendo cada vez más estresante. Mientras tanto, yo sigo aquí, feliz y en paz, en mi propio cuento de hadas”, dice.
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